Preludio

Psicología Naturalista

El naturalismo es una noción, un cierto sabor al gusto del intelecto. Es la convicción de que no hay nada por fuera de la naturaleza y que, en esa medida, todo es susceptible de una explicación sensata. La Psicología Naturalista es naturalista porque, teniendo este sabor en mente, quiere un modelo integral de la naturaleza y es psicología porque su misión principal es darle un lugar coherente a la psique dentro de ese modelo.

La idea tiene su origen en Josep Roca i Balasch. Yo la complemento con mis filósofos favoritos: Donald Davidson y José Ortega y Gasset. Bienvenidos todos los comentarios, críticas, preguntas, dudas o sospechas.

Carlos Mario Cortés H.

Algunas definiciones del comportamiento

17 de junio, 2014

El siguiente texto fue escrito como ejercicio académico 
para el seminario de  problemas conceptuales del CEICAH.

Bautizar una disciplina con el nombre de ciencia del comportamiento tiene la particularidad de anunciar de manera demasiado explícita su objeto de estudio: el comportamiento. Esto es obvio. De manera menos evidente, pero también bastante abierta, este nombre hace otra fuerte declaración con el número gramatical del sustantivo ciencia. Dice ciencia, y no ciencias, declarando, así, que sólo es una y no muchas o algunas. Llamo la atención sobre este par de hechos porque me inquieta la idea de que al comportamiento sólo le corresponda una ciencia. Me asaltan de inmediato estas preguntas: ¿qué es acaso el comportamiento? ¿Qué supone ser el objeto propio de una sola ciencia?

La primera pregunta ya es vieja conocida y habrá quienes estén cansados de dar vueltas en torno a su o sus intentos de respuesta. La segunda, de su parte, quizás remita a problemas de filosofía de la ciencia que, por lo pronto, no quisiera confrontar. En cualquier caso, son asuntos que genuinamente me inquietan y, por ello, me permito traerlos a este espacio con la intención de hacer una primera ―y tal vez ingenua― aproximación.

Propongo que tomemos como punto de partida el texto “Behavior and behaviorism” de Richard Kitchener (1977). En él, el autor repasa las diversas manifestaciones que el concepto de comportamiento ha presentado al interior del conductismo. Mi propósito es extraer de su recorrido las ideas generales que puedan arrojar luces sobre los criterios que debe satisfacer una respuesta a la primera de mis preguntas, aquella sobre la definición del comportamiento. En un segundo momento, acudiré a otro autor, al psicólogo chino Zing Yang Kuo. Con él, pretendo que veamos una forma particular de brindar una respuesta a esta pregunta. Al mismo tiempo, intentaré mostrar cómo su respuesta supone la pluralización del sustantivo ciencia en el nombre de la disciplina que nos convoca.

Seis definiciones

Según entiendo, Kitchener escribe su extenso artículo en reacción a lo que dicen del conductismo «los filósofos». Para éstos, nos cuenta, el conductismo no es más que una simple reducción del comportamiento a movimientos corporales. El autor mostrará que esta afirmación es una simplificación inaceptable de lo que es un tema más bien complejo, el tema de mi primera pregunta, la pregunta por el comportamiento. Dicha complejidad es lo que se encuentra en las páginas del artículo. En las últimas, nos presenta, a manera de conclusión, seis nociones generales de comportamiento, todas diversas según diversos criterios. Estos criterios incluyen la ubicación respecto del límite de la piel, la escala de observación y medición, las relaciones que guarda con el entorno material y social, así como la presencia de ciertos estados mentales o algo que se les parece.

La historia que Kitchener relata empieza en Watson y va hasta Skinner y Neal Miller. De cierta manera, puede ser vista como el devenir del concepto de comportamiento a través de los criterios del párrafo anterior, una suerte de fluctuación entre distintos niveles de abstracción. El punto de partida era el mismo que los filósofos leídos por Kitchener atribuían a todo el conductismo: los movimientos corporales. Pero lo que interesaba, según entiendo, era las distintas maneras de entenderlos. Desde el mismo Watson, que fue considerado sin mucha precisión como un psicólogo de contracciones musculares, ya aparecían nociones más complejas de comportamiento, definidas en virtud de algún tipo de intencionalidad, esto es, como acciones dirigidas a logros u objetos. El problema fue que ninguno de los conductistas referidos por Kitchener fue suficientemente claro sobre la elección dentro del espectro de definiciones posibles del comportamiento, definiciones que van desde los movimientos corporales ―o incluso desde sus bases fisiológicas― hasta la acción intencional. Por esa razón, la lista de conceptos que aparecen en la revisión y que dan, cada vez, un matiz distinto al comportamiento es extensa y variada. A mi entender la lista incluye las siguientes nociones: molaridad y molecularidad, átomos conductuales, respuesta, acción, acto y movimiento, comportamiento dirigido, intención, efectos ambientales, teleología débil y teleología fuerte, teleología objetiva, cognición, docilidad, clase funcional, propiedades extrínsecas e intrínsecas, operantes, mecanicismo, irreductibilidad, emergentismo y monismo, observabilidad e inferencia, incluso, el concepto de mente.

Es a través de esta lista de ideas que Kitchener muestra que la definición del comportamiento al interior del conductismo no puede simplificarse en la idea de movimientos corporales. Sin embargo, se lee, en la página 65 de su texto, que en esta manera simplista de describir el comportamiento hay un retoño de verdad. El problema, advierte, es que tal descripción puede resultar desorientadora. Pero ¿hasta dónde llega la verdad contenida en aquella descripción? Veamos las seis definiciones que Kitchener extrae de su recorrido para luego intentar encontrar ese retoño de verdad.

En la primera definición se toma al comportamiento como movimientos moleculares (Kitchener 1977, p. 66). Estos movimientos se refieren básicamente a contracciones musculares y secreciones de las glándulas. Según el criterio de ubicación respecto del límite de la piel, esta definición ubicaría el comportamiento del lado interno, aunque algunos movimientos de su tipo resulten observables o extraíbles, como las gotas de saliva. Que Kitchener nombre esta primera definición con el término molecular no puede reducir el concepto a este tipo de movimientos ya que autores como Guthrie incluyeron los movimientos gruesos y observables del organismo en él (p. 44), con lo cual amplía el espectro de la molecularidad, llevándolo desde reacciones fisiológicas microscópicas hasta los movimientos macroscópicos del cuerpo. En la primera definición que estamos considerando, sin embargo, Kitchener está incluyendo esa parte del espectro en que no es tan claro si el comportamiento le corresponde como objeto de estudio a la psicología o a la fisiología por tratarse de reacciones localizadas en partes del organismo.

En la segunda definición que Kitchener ofrece, el comportamiento es visto como actividad nerviosa. Para él, esta es una noción limitada del término (p. 66) que se reduce acaso al comportamiento del cerebro, pero no es comportamiento del organismo. Por lo cual, «intuitivamente ―afirma― (...), no parece ser comportamiento» (p. 67). Esta definición, sin embargo, anima en el autor una discusión que él considera de crucial importancia para evaluar el programa conductista, pues supone diferenciarlo de las aproximaciones neurofisiológicas a la psicología. Tanto para el caso de los movimientos moleculares de la primera definición del comportamiento como para el de la actividad nerviosa, él considera que nunca ha sido claro en qué sentido ambos cuentan como comportamiento. No obstante, ellos hacen parte de las definiciones que Kitchener recoge de su recorrido histórico y es interesante tenerlos presentes. Es interesante porque muestra el nivel de indefinición en que se cae al estudiar la conducta. Así, por ejemplo, Kitchener no vacila en ubicar a Pavlov como un representante de la definición del comportamiento como movimientos moleculares. Ciertamente, este tipo de movimientos constituían los elementos que entraban en las relaciones experimentales de Pavlov. Sin embargo, Pavlov mismo creía estar estudiando la actividad fisiológica de la corteza cerebral como bien lo anunció en el título de su libro de 1927.

La tercera definición que Kitchener rescata es recogida en el término de conducta molar y con ella quiere referirse a los movimientos observables del cuerpo. Nos dice que esta definición corresponde con lo que Skinner llamó «topografía de la respuesta» o con lo que los teóricos de la acción entendían por movimiento. También corresponde, podemos extraerlo del cuerpo de su texto, con una de las versiones de conducta molecular de Guthrie (p. 44).

La siguiente definición, la cuarta, toma los movimientos de la definición anterior y los enlaza con los efectos que ellos pueden tener en el ambiente. Para él, esta es la noción predominante de molaridad y es la que se encuentra en autores como Hull y como Spence. También es una de las varias maneras en que pueden entenderse las operantes skinnerianas. La cuarta definición dice, pues, que el comportamiento es un movimiento observable del organismo que tiene un efecto en el ambiente.

La quinta definición avanza en la misma dirección, pero da un paso más allá. No basta con que el movimiento corporal produzca un efecto; es necesario que de dicho movimiento se puedan predicar otro tipo de propiedades relacionadas con el efecto, como la persistencia en alcanzarlo, el uso de medios alternativos y ciertos estados cognitivos. En ese sentido, más que movimiento corporal con efectos, es un movimiento corporal dirigido a metas.

Finalmente, Kitchener nos ofrece una sexta definición que llama, sin rodeos, acción humana. Así como la quinta definición complejizaba la cuarta, la sexta definición es un paso más allá de la quinta. Esta sexta definición incluye la idea de acción intencional y requiere de un agente que la realice, un agente y no un mero organismo reactivo. Diferenciar o relacionar la acción intencional con el movimiento dirigido a metas no es nada fácil, pero Kitchener parece sugerir que el asunto debe incluir aspectos lingüísticos o protolingüísticos, aspectos característicamente humanos usualmente ignorados ―continúa el autor― por los conductistas, por lo menos, hasta la fecha en que él escribe.

Estas seis definiciones pueden verse como distintos puntos en un continuo desde lo molecular de la actividad nerviosa hasta lo más molar que implica caracterizar a los organismos en términos de agentes intencionales. Las seis definiciones de Kitchener no se presentan explícitamente como un continuo, pero sí podrían dejar esa impresión. Lo que él se propuso con ellas fue caracterizar los distintos candidatos para ocupar los dos lugares de la distinción molar-molecular para cada conductista referido. Eso supone, como vimos, la posibilidad de que algunos tomen por molar lo que para otros es molecular. En todo caso, quiero cuestionar la fácil idea del continuo porque no es clara la manera de extraer un criterio que dé unidad al espectro de principio a fin.

Para lograr ver la unidad del continuo de las seis definiciones, alguien podría proponer el criterio cinematográfico del plano de observación. Así, el espectro puede verse empezando en la actividad fisiológica de los nervios y éste sería una aproximación del plano a nivel microscópico. El siguiente plano incluiría reacciones también fisiológicas de pequeña escala pero ya observables para el ojo desnudo, reacciones como la salivación o la contracción muscular. Luego, como plano siguiente, ofrecería la escala macroscópica de los movimientos observables del organismo. En términos de la escala del elemento observado, no podríamos seguir adelante ―y esta es la razón por la que hablo de plano cinematográfico y no de escala métrica―, pero podríamos seguir ampliando el radio de inclusión de elementos en el plano. Bajo el criterio que estamos considerando, el espectro empezaba muy al interior del organismo y llegábamos hasta el organismo visto desde fuera. La ampliación necesaria para seguir adelante podría consistir, entonces, en un alejamiento más del plano de manera que incluya los cambios del entorno en relación con los movimientos observados en el plano anterior. Hasta acá, tendríamos cubiertas las cuatro primeras definiciones de Kitchener. Pero ¿cómo incluir en el concepto de comportamiento, bajo el criterio de la ampliación del plano, ideas como la de estar dirigido hacia metas o la de acción intencional? Para incluir estas ideas, ciertamente, tendríamos que recurrir a otros criterios. No obstante, esto implicaría romper la unidad del espectro.

Un enfoque distinto para buscar unidad conceptual en las seis definiciones propuestas por Kitchener sería notar el hecho de la inclusión progresiva de un nivel en otro. El sexto nivel de acciones intencionales incluiría, entonces, todos los niveles anteriores. Esto parece ser claro: una acción intencional será siempre una acción dirigida a una meta; una acción dirigida a una meta supondrá algún efecto ambiental; los efectos ambientales, por definición, estarán siempre vinculados con movimientos corporales; los movimientos corporales los constituirán necesariamente contracciones musculares; y finalmente, estas contracciones deben ser el producto de la actividad nerviosa. Esto parece satisfactorio pero lamentablemente no presenta la historia completa. El propio Kitchener nos ofrece una razón para creerlo: hay criterios para definir el comportamiento que incluyen como ejemplares de este concepto la ausencia de movimientos, como en el caso del refuerzo diferencial de otros comportamientos o, para tomar un ejemplo cotidiano, el caso de la espera. ¿En qué sentido «no dar picotazos» o esperar caen bajo la extensión del concepto de comportamiento? Es decir, ¿son comportamiento?

Otra posible estrategia para darle unidad al pretendido continuo, ésta sí presentada por Kitchener ―aunque con otro propósito―, consiste en partir de algo que se crea que es comportamiento, tomarlo sin pruritos conceptuales, y darle un tratamiento experimental para buscar las variables relevantes con que interactúa. Una vez halladas las correlaciones apropiadas, se harían las generalizaciones teóricas correspondientes de manera que, con el concurso de ellas, se buscarían nuevos casos que puedan ser sometidos al control del mismo tipo de variables. De tal suerte, algo será o no comportamiento según se someta o no al control de las mismas variables. Así se determinaría la extensión del concepto y se tendría un criterio que diera cuenta del continuo, en caso de resultar confirmado. Probablemente, este haya sido el enfoque de muchos conductistas dada su marcada vena experimental, acaso germinada en el manifiesto watsoniano. Pero si fuera el caso de todos los autores revisados por Kitchener tendríamos que el resultado está lejos de ofrecer un criterio unificado. Este proceder habría sido el responsable de dejarnos con seis definiciones que, por lo menos yo, no encuentro cómo integrar conceptualmente.

Pero ¿acaso no tienen nada en común esas definiciones? Tienen en común, sobra decirlo, que son intentos de especificar el concepto de comportamiento. Esto es lo que logra extraer Kitchener de su revisión histórica. Pero ¿en qué sentido son definiciones de ese concepto? Veámoslas operando en los conductistas reseñados para buscar una respuesta a esta pregunta.

Una definición de comportamiento como movimiento molecular fue dada por Watson en un texto de 1919. Allí, lo caracteriza como «la totalidad de los cambios en la musculatura lisa y estriada y en las glándulas que siguen a un estímulo dado» (Watson, 1919, p. 14). Así también entendía Guthrie lo que él mismo llamaba movimientos, aunque, algunas veces, hubiera incluído bajo este concepto los movimientos corporales gruesos. ¿Cuál era el papel del movimiento molecular para estos autores? Watson (Kitchener, 1977, p. 15), Holt (p. 24) y Skinner (p. 59) lo declararon explícitamente, a la psicología le interesan esos episodios de la realidad que se refieren cuando se contesta a la pregunta «¿qué está haciendo tal organismo?». Las respuestas a esta pregunta no se dan en términos de contracciones y secreciones, sino de actividades generales, usualmente, en relación con los objetos del entorno. El papel de las moléculas conductuales, entonces, era servir a los propósitos de la explicación científica de estas acciones más gruesas. Watson, Guthrie y Hull anduvieron en busca de una explicación que mostrara cómo lo molar era producto de combinaciones mecánicas moleculares. Ese era, pues, el papel del movimiento molecular, como elemento de una explicación mecanicista. ¿Una explicación de qué? Del comportamiento, podría uno responderse. Quizás lo que desorienta al momento de definir al comportamiento sea confundir estos elementos postulados para la explicación con aquello que se pretende explicar. Si tengo razón en ello, lo molar y lo molecular no podrían ser dos nociones compitiendo por coronarse como la definición correcta del comportamiento, pues una describe el fenómeno que se quiere explicar y otra, aquello a lo que se acude buscando explicación.

En cualquier caso, el movimiento molar y el movimiento molecular fueron presentados por Kitchener como dos definiciones del comportamiento que se hallan en el conductismo. El primero de ellos, el movimiento molar, fue descrito, en la tercera definición, como el movimiento observable desde fuera de la piel del organismo. Pero, por supuesto, esta caracterización necesita ser precisada, pues no todo movimiento observable del organismo debería contar como comportamiento. Así lo creía Guthrie: «el boxeador que recibe un golpe de izquierda a la barbilla encuentra que ella, de repente, se mueve hacia arriba y hacia un lado. Esto, sin embargo, es algo que le pasa, no algo que él hizo. No incluimos estos casos en el comportamiento. Esa palabra está restringida a respuestas que tenemos como resultado de la acción de los impulsos nervioso sobre los músculos y las glándulas» (Guthrie y Edwards, 1949, p. 29). Si bien esta precisión no es suficiente, pues quizás movimientos como las convulsiones tampoco sea pertinente llamarlos comportamiento, acá de nuevo surge la relación del movimiento observado con los movimientos moleculares, estos últimos propuestos como criterio para la inclusión del primero dentro de la categoría de comportamiento.

Y finalmente, están las definiciones cuatro, cinco y seis que relacionan los movimientos corporales, respectivamente, con efectos ambientales, con la orientación hacia éstos y con estados intencionales. Brevemente, lo que veo en estas últimas tres definiciones son criterios que permiten indicar cuándo un movimiento corporal contará como comportamiento. De la misma manera en que la cita de Guthrie y Edwards, del párrafo anterior, acudía al movimiento molecular para caracterizar como comportamiento los movimientos molares, las definiciones cuatro, cinco y seis apelan a otro tipo de eventos como criterio para juzgar cuándo un movimiento corporal puede ser tomado por comportamiento. Así Ralph Barton Perry, quien consideró necesaria una discusión filosófica sobre lo que llamó teleología objetiva, con la que buscaba un criterio de intencionalidad desde la perspectiva de la tercera persona. Que el movimiento corporal ocurriera en virtud de un resultado futuro era condición sine qua non para predicar de él intencionalidad y, en esa medida, para catalogarlo como comportamiento (Kitchener, 1977, p. 29). Pero esto, precisamente, era lo que debía ponerse en los términos objetivos de la tercera persona. Perry, entonces, propuso la persistencia, la variabilidad y el aprendizaje como características del movimiento que satisfacían la condición de comportamiento.

Me permito omitir los detalles de las características recién propuestas para no desviar la atención. El punto que me interesa rescatar es lo que preguntaba en la página anterior: ¿qué tienen en común las seis definiciones que Kitchener cosecha de su recorrido histórico? Para mí, tienen en común, por lo menos las definiciones uno, dos, cuatro, cinco y seis, el ser distintas maneras de hacer del elemento ofrecido en la definición tres, el elemento propio del comportamiento. Dicho de otro modo, se apela a las contracciones musculares y a las secreciones glandulares, a la actividad nerviosa, a los efectos del movimiento sobre el mundo, al estar dirigido hacia ellos y al tenerlos en mente ―o algo semejante―, como una manera de caracterizar adecuadamente los movimientos corporales como objeto de estudio para la ciencia del comportamiento. De cierto modo, habiendo llegado a esta afirmación, he revertido el curso de Kitchener. Él partía de la afirmación de que, para los conductistas, la conducta se reduce a movimientos corporales y concluía negándola con sus seis definiciones ―excepto la tercera, que afirma lo que pretende negar―. Yo partí de sus seis definiciones, para terminar afirmando que todo concepto de comportamiento se remite en últimas a movimientos corporales. Digo «de cierto modo» porque realmente no estoy invalidando su negación; considero que es cierta y pertinente. Pero también porque he llegado hasta acá casi sin esgrimir argumentos que den fuerza a mi exposición. Por el contrario, puedo señalar de nuevo el caso de la espera como un ejemplo que me obligaría a repensar mi afirmación. Éste es un caso en el que no hay movimiento corporal alguno que pida ser caracterizado como conducta.

Como sea, escogí dar este recorrido sin la escolta de los argumentos porque, más allá de no tenerlos ―y de verdad, no los tengo―, lo que busco es que los presentes me ayuden a explorar este tema que tanto me inquieta. Por eso, en este momento de la escritura, creería prudente detenerme y pasar al diálogo. Pero prometí referirme a Kuo. Entonces, continúo.

La definición epigenética

La idea de que el punto de partida de toda teoría psicológica corresponde a cierto tipo de movimientos corporales es idea vieja. Pero es una idea fácil de malentender porque, como hemos visto, es difícil de precisar. Es una idea general que pretende ser válida incluso ―o principalmente― para la psicología popular, la cual verdaderamente es el punto de partida de toda psicología académica. Por ejemplo, se encuentra expresada grandiosamente en el libro El hombre y la gente del también grandioso José Ortega y Gasset. El punto de relación con Zing Yang Kuo, entonces, está dado en lo que a mí me parece su manera particular ―distinta a las maneras de los conductistas referidos― de trascender esta idea del movimiento corporal para la ciencia del comportamiento. Empecemos con la crítica que, en un texto de 1939, Kuo hace a una disputa entre los estudioso del desarrollo del comportamiento.

Kuo refiere las dos posiciones enfrentadas en este texto con los términos de reflejos locales y de patrones totales. La primera de ellas señala la idea tradicional según la cual el desarrollo del comportamiento va desde los reflejos simples hasta formar movimientos complejos. La segunda, propuesta por George E. Coghill, afirma que el orden es inverso; se empieza con patrones totales de movimiento y, posteriormente, se van especializando en pequeños reflejos. Kuo echará ambas posiciones por la borda. Escribe en la introducción de su trabajo:

En la actualidad, tenemos dos puntos de vista opuestos a propósito de la secuencia del desarrollo de la conducta en el embrión, con la mayoría de los trabajadores del campo divididos en dos terrenos opuestos, distintos. Ambos afirman tener sus conclusiones basadas en hallazgos anatómicos y fisiológicos de sus estudios con varios embriones y fetos de vertebrados. Pero, curiosamente, ninguna de las partes ha cuestionado la exactitud o la confiabilidad de las observaciones hechas por el otro. (Kuo, 1939, p. 94)

Este autor chino fue reconocido por sus técnicas de observación en embriones de pollo, que consistían en remover una parte del cascarón y recubrirla con vaselina para que el animal pudiera seguir con vida y desarrollándose normalmente. Fue, entonces, con base en sus observaciones que adelantó reputadas ideas sobre el desarrollo embrionario. Así enfrentó la controversia referida. Frente ella, decía Kuo no haber visto, en sus miles de observaciones del desarrollo de embriones, movimiento alguno que pudiera decirse un reflejo aislado, como tampoco pudo ver alguno que implicara todo el cuerpo. «Entre aquél que puede considerarse casi como un movimiento total y aquél que puede acercarse al tipo ideal de reflejo local hay otros movimientos numerosos con grados variables de complejidad» (pp. 19-20). De estas observaciones, Kuo concluye que el problema con las dos teorías en disputa es que simplifican el proceso del desarrollo (p. 27). Y especula:

Tales generalizaciones se deben al deseo de los académicos de idear esquemas teóricos uniformes sin suficientes hechos que los soporten. Ellos pueden parecer lógicos, pero difícilmente son biológicos, pues el desarrollo no parece ser simplemente un proceso de integrar pequeñas unidades de movimiento en grupos más largos, ni tampoco aquél de separar movimientos locales de patrones totales de acción. (Ibíd.)

Para retomar los términos anteriores, notemos que la disputa es a propósito de la interacción entre los planos molar y molecular correspondientes a las definiciones uno y tres de Kitchener. La tradición que Kuo refiere ve los movimientos molares como integraciones de movimiento moleculares. Con las ideas de Coghill, se invierte el orden. Kuo, hasta donde lo he presentado, basándose en su observaciones sistemáticas, sólo llega a negar la pertinencia de una categorización de esa naturaleza binaria y casi discreta. Para él, si bien hay diferencias cuantitativas entre dos movimientos corporales, en términos de las partes del cuerpo involucradas, esta diferencia no es ni cualitativa, ni absoluta de manera que permita separar el desarrollo embriológico en dos clases (1939 p.20). Entiendo que, con ello, Kuo está negando la pertinencia de categorizar la conducta en aquellos dos tipos señalados por Kitchener, con lo cual, me parece, estaría negando la validez del proyecto reduccionista.

El punto es interesante, pero no es el central. Máxime cuando dentro de los mismos autores referidos por Kitchener se argumentó contra el reduccionismo, aunque se hizo de maneras diferentes, sus particulares maneras de trascender el movimiento corporal. Encuentro que estas diferencias entre Kuo y ellos, en cambio, iluminan una diferencia más fundamental.

Algunas páginas atrás, dije que las seis definiciones de Kitchener podrían verse como un continuo que va desde lo molecular hasta lo molar. Entonces, respecto de los movimientos molares de la definición tres, es decir, de los movimientos gruesos del cuerpo, se diría que las definiciones cuatro, cinco y seis son progresiones ascendentes de molaridad. ¿Eran las ideas de Kuo un paso más en la progresión, estaban ya contempladas en las definiciones que se dieron o iban en una dirección diferente? Para intentar responder, haré una presentación breve de algunas de sus ideas.

Para Kuo «la pregunta real no es si un movimiento cae dentro de una clase u otra, sino “¿cuáles y cuántas partes del cuerpo se involucran activamente en un movimiento dado?”» (Kuo, 1939, p. 20). Ésa es la pregunta que lo lleva a las observaciones con que negará la disputa, con la que encuentra que la movilidad del embrión varía de tiempo en tiempo, de estadio en estadio, de maneras más complejas (p. 26). Pero a partir de esta pregunta construye también su idea de los gradientes conductuales. Con esta idea, Kuo quiere ofrecer un concepto más apropiado para la descripción del comportamiento en desarrollo y en general (Kuo, 1967, p. 92). En sus palabras: «el término gradiente conductual expresa las diferencias en intensidad y extensión del grado en que se involucran diferentes partes y órganos del cuerpo en las respuestas del animal al entorno» (Ibíd.). Señala que la característica esencial es que, en cualquier respuesta dada, todo el organismo está implicado. Pero el punto, precisa, no es la diferencia categórica local-total, sino la diferencia cuantitativa de las partes involucradas, esto es, un gradiente.

Creo que, expresada así, la idea del autor no es suficientemente tentadora. Pues podría decirse que sólo está invitando a considerar los grados de molaridad y molecularidad como un asunto dinámico y progresivo. En cambio, la idea se torna más interesante cuando se ven sus efectos sobre la manera de abordar el problema del comportamiento.

El concepto de gradiente conductual se concreta en la idea de patrón del gradiente, el cual incluye no sólo las diferencias en intensidad y extensión de las partes observables de un movimiento dado, sino todas las variaciones internas ―subcutáneas― y las retroalimentaciones que se entretejen para formar patrones complejos pero definidos y ordenados en dicho movimiento. Puesto de manera más extensa, para Kuo,

sumadas a la actividad neuromuscular de todo el organismo, hay cambios en las tasas cardiaca y en la respiración, en la actividad química y motora del tracto digestivo, en la composición y presión de la sangre, en la secreción de los órganos endocrinos, en el sistema urinario, cambios biofísicos y bioquímicos en el cerebro y, de hecho, cambios en la actividad metabólica en los tejidos del cuerpo e incluso cambios en el contenido de enzimas en las células que son partes o ingredientes esenciales de la respuesta total del animal: todos y cada uno de estos ingredientes constituyen comportamiento. (p. 93)

Yo diría que no estamos frente a una perspectiva ni molar ni molecular, sino ante las puertas de su tratamiento epigenético, como Kuo quiso llamarlo. Y esta es la manera particular, su manera, de abordar el comportamiento. Lo que se propone es que todos los ingredientes de esta lista no sean tomados como un mero correlato del comportamiento ni como su base fisiológica. No. «Ellos son porciones inseparables del patrón total del gradiente conductual» (p. 4). De suerte que «el objetivo de la ciencia del comportamiento debe consistir en descubrir el orden y las leyes de tales patrones cambiantes del gradiente» (Ibíd.). En este sentido, podríamos ver a Kuo en contra de la afirmación que Skinner hizo en 1931 sobre la relación entre los descubrimientos fisiológicos y la psicología. Según Skinner, «no hay nada que se vaya a encontrar ahí [en los intentos de determinar las leyes de la sinapsis] que tenga ningún significado más allá de las condiciones de una correlación» (Skinner, ¿?, p. 174). Entiendo que la correlación mencionada es entre los estímulos ambientales y las respuestas observables del organismo. La idea es que la psicología puede quedarse al nivel de los elementos de esa correlación, sin estimar la parte interna del gradiente arriba caracterizado. Frente a esto, ya en el 67, Kuo afirmó: «hace cincuenta años, Watson propuso separar el conductismo de la fisiología, pero ahora hemos aprendido que esa separación es impracticable» (pp. 94-95). Varias páginas atrás, también había escrito: «admitir la existencia de los procesos nerviosos, mientras se niega la relevancia de las conexiones entre los estímulos y las respuestas, como hace el conductista operante, es, en el mejor de los casos, una evasión científica» (p. 8).

Parece, pues, que según como se entienda el comportamiento tendremos una aproximación científica u otra. En esa dirección, Kuo presenta desde otra perspectiva la diferencia: «los estudiosos del comportamiento son propensos a enfocarse en los componentes más obvios del patrón del gradiente y etiquetarlos como “picoteo”, “sobresalto”, “cortejo”, “apareamiento”, “anidado”, “cuidado”, y cómo no, todo ello con inevitables implicaciones teleológicas» (p. 114). Lo que yo veo en estos ejemplos son el tipo de respuestas que se ofrecerían a la pregunta «¿qué está haciendo ese organismo?», precisamente la pregunta con la que Watson, Skinner y Holt creían que se señalaba el tipo de conducta de interés para la psicología (cf. Kitchener, 1977, pp. 15, 24, 59). Las implicaciones teleológicas, como vimos, también están presentes; son lo que encontramos en las definiciones de conducta que Kitchener extrae de Watson, Weiss, Hunter, Holt, Perry, Tolman, Hull, Skinner y Miller. A saber, una progresión teleologista que va desde la relación de los movimientos corporales con sus efectos, hasta la acción intencional humana, pasando por los movimientos dirigidos a metas; las últimas tres definiciones del apartado anterior.

Si esto último es correcto, ya se podría responder la pregunta que formulé unos párrafos arriba. La postura epigenética de Kuo no es un paso más en la progresión de estas definiciones, ni estaba contemplada en ellas. Más bien, iba en una dirección diferente. En otras palabras, en Kuo encontramos otra forma de entender lo que es el comportamiento, una forma que trasciende el modelo de los movimientos corporales al llevar la noción de interés más allá de los candidatos a respuesta para la pregunta por lo que hace el organismo, va incluso más allá de las caracterizaciones teleológicas que conecta esto que hace con eventos del ambiente o incluso con intenciones. Quizás podría decirse así: a Kuo no le interesa lo que hace el organismo ―en relación o no con el ambiente―, le interesa lo que le sucede. O quizás podríamos usar una expresión de Josep Roca: el comportamiento no es algo que el organismo hace, es una forma de ser organismo (2006, p. 51). Todo esto lo digo a manera de ideas sugerentes. Me permito recordarlo, es una primera aproximación, por lo pronto, un poco ignorante de la profundidad del tema.

Sé que el profesor Ricardo estará pensando que tercamente insisto en hacer la distinción en términos de lo que el organismo hace y lo que le sucede, cuando, para él, todo el espectro conductual se inclina por lo segundo en cuanto procura la caracterización de las contingencias que limitan y posibilitan las interacciones del organismo con su entorno. En esa medida, me dirá, también el conductismo va más allá del hacer del organismo, pues lo trasciende en categorías funcionales que caracterizan abstractamente sus interacciones. Si esto es correcto ―muy a riesgo de que no lo sea―, entonces debo insistir con la diferencia. El punto no es si se postulan categorías abstractas o no. La diferencia se encuentra, más bien, en los elementos que fungen como punto de partida para abstraer las propiedades de la relación.

Me atrevo a insistir con esta diferencia porque es lo que nos lleva al último punto de mi presentación: la postura epigenética del chino en cuestión. Veamos la definición que nos ofrece en la página 11 del libro del 67:

Debemos definir la epigénesis conductual como un proceso de desarrollo continuo desde la fertilización, a través del nacimiento y hasta la muerte, que implica la proliferación, diversificación y modificación de los patrones conductuales tanto en el espacio como en el tiempo, como resultado del intercambio continuo y dinámico de energía entre el organismo en desarrollo y su entorno, endógeno y exógeno. (...) Por lo tanto, en la ontogenia, tanto los patrones del comportamiento y los patrones del entorno se afectan el uno al otro y están, en consecuencia, en un constante estado de flujo (p. 11)

A primera vista, los elementos son los mismos de la tradición conductual: el organismo y el entorno. Pero como vimos, en las definiciones de Kitchener, el elemento que realmente se caracteriza en ella es el movimiento del organismo, se caracteriza bien con criterios moleculares o bien con criterios teleológicos débiles y fuertes según los términos de Perry (Kitchener, 1977, p. 30), y es entendido como elemento de una correlación entre estímulos y respuestas observables, en todo caso, diferenciables de las cosas que estudia la fisiología, según los intentos para diferenciarse de ella que Kitchener señala en Watson (p. 15), Hunter (p. 20), Weiss (p. 21), Holt (p. 24) y Tolman (p. 32). Como lo indiqué atrás, este divorcio entre fisiología y conductismo a Kuo se le antojó pernicioso. Precisamente por eso procuró una versión epigenética del comportamiento en la que el comportamiento mismo hace parte del desarrollo fenotípico del organismo. Desde una postura epigenética más más radical, podría decirse que el comportamiento es el resultado de la interacción de los genes con el entorno, así como el organismo también es un resultado de esta interacción. Richard Dawkins lo expresa seductoramente en El gen egoísta: «¡las piernas están hechas de comida!» (1993, p. 34, nota 8). Dicho así, los elementos considerados, desde Kuo para la ciencia del comportamiento, son bien distintos a los que vemos en la relación organismo-entorno de los conductistas referidos. Desde ambas posiciones se trasciende el movimiento corporal con distintas estrategias.

Es en este sentido que los conceptos de innato y adquirido pierden toda vigencia, en tanto que todo hacer del organismo y, más aun, el propio organismo serán producto epigenético de la interacción continua y fluctuante entre los genes y el entorno. La estructura morfológica y funcional del organismo, de tal suerte, será vista en cada punto determinado de la ontogénesis como un estadio particular del desarrollo en el cual presenta determinadas potencialidades para comportarse (Kuo, 1967, p. 126). Desde esta perspectiva, Kuo afirma que el papel de la filogenia es limitar la existencia de dichos potenciales en los organismos (p. 129), mientras que la ontogenia consiste en limitar la actualización de ellos (p. 128), siendo el entorno un factor inseparable del proceso ontogenético (p. 131). La pregunta, entonces, no es si ciertos reflejos locales o si ciertos patrones totales son innatos o adquiridos. A este respecto, escribió Kuo:

En cualquier estadio del desarrollo, no hay patrón de acción “innato” alguno sin antecedentes históricos, tampoco hay un patrón “adquirido” que esté libre de elementos que no hayan estado ya activos en la historia del organismo en desarrollo. La dicotomía innato-adquirido, en el mejor de los casos, es una simplificación del desarrollo conductual y, en el peor, una barrera al análisis experimental (Kuo y Gottlieb, 1955, p. 6).

Por lo anterior, Kuo afirma que sería un error interpretar su postura como un voto por el aprendizaje. Su crítica no arremete realmente contra el innatismo. Su crítica se dirige a la manera en que se entiende el comportamiento. Al cambiar la definición, ya no queda nada a qué llamar innato, nada a qué llamar aprendido. Sólo nos queda un torrente ontogenético cambiante, donde lo que importa es la reorganización del patrón del gradiente conductual en un momento particular del proceso epigenético, en relación dinámica con los cambios ambientales (Kuo, 1967, p. 141).

Entonces, ¿ciencia o ciencias del comportamiento? Parece que la respuesta a esta pregunta dependerá de cómo se responda la primera de aquellas con que empezaba este texto: ¿qué es el comportamiento? La respuesta que nos da Kuo supone, claramente, que su estudio, el estudio del comportamiento, depende de la confluencia de varias ciencias. Por esta razón, se encontraba a la espera del desarrollo de las técnicas experimentales, especialmente las biofísicas y las bioquímicas.

Bibliografía

Dawkins, R. (1993), El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta. Barcelona: Salvat.
Gottlieb, G. y Kuo Z. Y. (1965), «Development of     behavior in the duck embryo», Journal of Comparative and Physiological Psychology, Vol. 59, No. 2, 183-188.

Guthrie, E. R. y Edwards, A. L. (1949), Psychology: a first course in human behavior. New York: Harper.

Kitchener, R. (1977), «Behavior and Behaviorism», Behaviorism, Vol. 5, No. 2, 11-71.

Kuo, Z. Y. (1939), «Total pattern or local reflexes?», The psychological review, Vol. 46, No. 2, 93-122.

―, (1967), The dynamics of behavioral development. An epigenetic view. New York: Random House.

Roca i Blasch, J. (2006) Psicología. Una introducción teórica. Girona: EAP-Documenta Universitaria

Skinner, B. F. (¿?) «El concepto de reflejo en la descripción de la conducta». En ¿?

Watson, J. B. (1919), Psychology from the standpoint of a behaviorist. Philadelphia: J. B. Lippincott.

1 comentarios:

JorgeBorja dijo:

Un buen tema para la reflexión histórica, sin duda. Sólo quiero incluir una cita de Skinner en lo tocante a la relación entre psicología y fisiología (la incluyo por otra cita del mismo Skinner que hiciste en tu texto). De igual modo hago un breve comentario sobre las definiciones del concepto de comportamiento.

La cita de Skinner es de 1947: “Eventualmente podemos esperar que los rasgos principales de una teoría conductual tengan significado fisiológico. En la medida en que la ciencia de la fisiología avance, será posible mostrar lo que sucede en varias estructuras del organismo cuando tienen lugar los fenómenos de la conducta y entonces se podrá ver que tal vez los sistemas teóricos de las dos ciencias se corresponden. Un ejemplo de este reacercamiento se encuentra en la forma en que los hechos y los principios de la genética, provenientes de los estudios de los padres y de su descendencia, parecen corresponder con los hechos y principios de la estructura celular. La ciencia de la genética ha alcanzado un nivel en el que resulta muy provechoso investigar los dos tipos de problemas al mismo tiempo (...) Una fecha igual habrá que esperar para la psicología. Lo cual le dará mayor realce al trabajo del fisiólogo y del psicólogo fisiológico”.

Por otro lado, me parece (y sin abundar en el asunto) que otra forma posible de clasificar las definiciones de comportamiento (distinta a las que discutiste) es la de incluirlas ya sea en la categoría de estructurales o en la de funcionales (a reserva de hacer explícita esta distinción tal como la uso aquí). Para ello, puede ser de utilidad recuperar las nociones de biografía reactiva e historia interconductual. Pero para mí esto tiene un interés de carácter histórico, más que nada, pues creo que la discusión tiene sentido si se acepta que lo que estudia la psicología es el comportamiento (y aquí comienza el problema de nuevo), pero pierde importancia cuando, con Roca, se define al objeto de estudio de la psicología como la reorganización ontogenética de la reactividad biológica (la psique). Sin duda, el término comportamiento ha inducido a muchos errores, y quizá sea uno de los responsables del lento, discutido y azaroso avance de la psicología como ciencia. Desprenderse del criterio de extensión, implícito o explícito en todas las definiciones de comportamiento, no es sencillo, pues cuando la psicología quiso hacerse científica supuso que sólo lo observable merecía el apellido de científico. Pero ya han pasado más de 100 años de esto.
Jorge Borja

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