Escrito a finales de 2009
Es frecuente que dentro de la filosofía se hable de la psicología como una ciencia empírica que busca las causas de lo mental. Dentro de las llamadas ciencias duras, por el contrario, suele desconfiarse del estatus de ciencia de la misma. La tendencia más común es identificarla con una especie de ‘medicina del alma’ (no es gratis que en la Universidad Nacional de Colombia se haya propuesto pasar el Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Humanas a la Facultad de Ciencias de la Salud). Para los propósitos del presente texto, esta última posición es quizás irrelevante, pero es un indicador de aquello en lo que más se ha destacado esta disciplina. Por lo tanto, creo que es más probable que ante la pregunta ¿para qué sirve la psicología?, se responda: para tratar problemas sociales, enfatizando en que lo hace desde la perspectiva del individuo.
Es frecuente que dentro de la filosofía se hable de la psicología como una ciencia empírica que busca las causas de lo mental. Dentro de las llamadas ciencias duras, por el contrario, suele desconfiarse del estatus de ciencia de la misma. La tendencia más común es identificarla con una especie de ‘medicina del alma’ (no es gratis que en la Universidad Nacional de Colombia se haya propuesto pasar el Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Humanas a la Facultad de Ciencias de la Salud). Para los propósitos del presente texto, esta última posición es quizás irrelevante, pero es un indicador de aquello en lo que más se ha destacado esta disciplina. Por lo tanto, creo que es más probable que ante la pregunta ¿para qué sirve la psicología?, se responda: para tratar problemas sociales, enfatizando en que lo hace desde la perspectiva del individuo.
Las otras dos posiciones reflejan, de manera inespecífica tal vez, una discusión sobre la naturaleza del discurso psicológico, ¿versa éste sobre relaciones causales o sobre relaciones racionales (de justificación)? En el artículo Mental life in the space of reasons, Svend Brinkmann (2006) arguye a favor de la segunda opción defendiendo con ello una «despsicologización» de la psicología. Entiendo que tal despsicologización se refiere a menguar las pretensiones de ciencia empírica dedicada a la búsqueda de causas a través de un método que toma prestado de las ciencias físicas. Así, afirma que lo que estudian las ciencias sociales o humanas «de hecho tiene sentido sólo sobre un trasfondo de órdenes normativos, i.e., en el espacio de las razones» (Brinkmann 2006: 2) [1], no como hechos susceptibles de un examen meramente empírico, ni siquiera como algo reductible a ello, y que, en esa medida, la psicología haría parte de las ciencias morales. La tesis central de dicho artículo es, pues, que cualquier evento mental, y de conducta humana en general, cuenta como psicológico sólo en la medida en que sea un evento que puede entrar en el espacio de las razones (cf. p. 12), es decir, en relaciones de justificación que articulan cada evento psicológico con razones para actuar. Lo que esta tesis sugiere es que la explicación del evento en cuanto psicológico debe ir más allá de las causas de las instancias físicas en que se concreta dicho evento, para ponerlo así en una red de justificación. Esto es así, según el autor, porque toda referencia a lo mental depende de la práctica humana de dar y pedir razones de lo que hacemos, pensamos o sentimos. Y es en esta práctica misma, y sólo en ella, donde encuentran lugar los conceptos mentales.
Sirve para aclarar este aspecto de lo psicológico la reflexión, a propósito del mito de la enfermedad mental, del psiquiatra Thomas Szasz (1994): «si las enfermedades mentales son enfermedades del sistema nervioso central, […] entonces son enfermedades del cerebro, no de la mente; si son nombres de comportamientos inapropiados, entonces no son enfermedades» (p. 35). La idea es que una comprobación fisiológica de la enfermedad mostrará que ésta no es de naturaleza mental sino fisiológica y que, por otra parte, el mero hecho de que haya ‘malos comportamientos’ no es prueba alguna de enfermedad sino que muestra cómo lo que hacemos y lo que decimos está sujeto a un orden social de lo que está bien y lo que está mal y cómo, en virtud de este orden, pueden señalarte como un ‘enfermo’. Éstos son en últimas ‘problemas de la vida’ que los psicoterapeutas ayudan a resolver, no enfermedades que un neurólogo debe tratar. De tal suerte, Brinkmann (2006) puede afirmar: «si hay razones para algún problema, entonces éste no es una enfermedad, y si hay sólo causas, ¡entonces no es un problema mental!» (p. 13), con ello busca sortear una crítica, contra su criterio de lo psicológico, que se soporta en el hecho causal de que las ‘enfermedades mentales’ dependen de un problema neurológico —i.e., son causadas por estados físicos.
Una psicología psicologizada es, entonces, una que pretende explicar la conducta de las personas apelando a relaciones causales encontradas a través de métodos empíricos, buscando probablemente en la interacción sujeto-objeto. Si la tesis de Brinkmann es correcta, entonces se seguirá que una estrategia explicativa tal es un despropósito, pues se acerca de manera equivocada a su objeto de estudio y, por ello, la existencia de un método experimental no solucionará los problemas de la psicología. De mano de Wittgenstein (1953), dicho autor sostiene que estos problemas son conceptuales y lo ilustra con el ejemplo de los términos psicológicos de «amor» y «esperanza»: su correcta aplicación no depende de un examen empírico de si, por ejemplo, los sujetos pueden sentir amor o esperanza en el espacio de un segundo, sin importar qué preceda o anteceda a este segundo; aplicar dichos conceptos para emociones de esta duración sería, sin duda, una mala comprensión de los conceptos mismos, cuando no un uso inapropiado intencional. Pero la razón no es que ésa sea su naturaleza empírica, sino que son elementos sujetos a un espacio normativo que regula las aplicaciones correctas o incorrectas de ellos y, en la misma vía, de todos los términos psicológicos. El método requerido es, entonces, distinto del que se ha tomado de las ciencias físicas y más cercano a un examen racional de la normatividad detrás de los conceptos (Brinkmann, 2006; cf. p. 5) [2].
En una línea semejante de pensamiento, Donald Davidson (1994) argumenta a favor de la irreductibilidad nomológica de lo psicológico. Tal irreductibilidad se refiere a la imposibilidad de alcanzar leyes psicofísicas que relacionen de manera estricta eventos mentales con eventos físicos, en la forma de causas y efectos, determinados por leyes precisas de covariación. La argumentación que desarrolla se enfoca en disipar una supuesta paradoja que resulta de la aceptación de los siguientes tres principios: (1) principio de la interacción causal físico-mental; (2) principio del carácter nomológico de la causalidad; y (3) principio del carácter anómalo de lo mental. El primer principio afirma que algunos eventos mentales causan o son causados por eventos físicos; un ejemplo de lo primero es cuando deseo abrir la ventana y de hecho la abro, un ejemplo de lo segundo es cuando abro la puerta y el hecho de que esté lloviendo causa en mí la creencia de que está lloviendo. Los ejemplos, sin duda, podrían mejorarse, pero bastan para indicar cómo algo en el terreno de lo mental puede causar cambios en el terreno de lo físico y viceversa. El segundo principio, por su parte, expresa la idea de que allí donde hay relaciones de causalidad se puede fijar una ley determinista precisa en algún vocabulario dado. Y finalmente, el tercer principio afirma la imposibilidad de incluir, a manera de determinación, lo mental dentro de dichas leyes. La tensión entre ellas, a primera vista, es obvia: si hay relaciones causales entre lo mental y lo físico (primer principio), entonces debe haber una ley determinista que especifique estas relaciones (segundo principio), pero el tercer principio cancela dicha posibilidad.
La estrategia llevada a cabo por Davidson para socavar esta tensión es formular una versión de la identidad entre lo físico y lo mental llamada monismo anómalo. Según este monismo, todo acontecimiento mental, en tanto que ocurrencia individual en un punto particular del espacio-tiempo, es un acontecimiento físico. Es, así, una teoría de la identidad físico-mental de ejemplares —que no de clases— que adquiere su carácter anómalo afirmando que la relación causal entre lo mental y lo físico es posibilitada precisamente por dicha identidad pero sosteniendo que el terreno de lo físico es un sistema cerrado que no admite interacciones distintas a aquellas dadas entre acontecimientos físicos. Esto es decir que la relación causal entre lo mental y lo físico es posible porque lo mental es, en el sentido de la identidad mencionada, físico. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que «el principio de interacción causal se ocupa de los eventos en extensión y, por consiguiente, es ciego a la distinción entre lo mental y lo físico» (Davidson, 1994: 27). Es por ello que podemos hablar de la interacción en cuestión sin violar los tres principios arriba mencionados. Es decir, podemos hablar de la interacción causal físico-mental, sin que ello implique leyes psicofísicas entre clases de eventos mentales y clases de eventos físicos, comportando, así, que lo mental no puede entrar en especificaciones nomológicas deterministas sin dejar de ser mental.
Ahora bien, para que tenga sentido defender el monismo anómalo —i.e., para mantener la distinción físico-mental sin dualismos de sustancias y sin reduccionismos— se debe mostrar por qué debemos seguir hablando de lo mental y, así, explicar su irreductibilidad. Es aquí donde Davidson recurre al holismo de su teoría de la interpretación para aplicarlo a todo lo psicológico. Por lo pronto, nótese que la disertación de Davidson parece sugerir algo semejante a lo que sugiere la de Brinkmann: la psicología no puede especificar leyes causales. Y si la ciencia es el estudio de las causas, entonces la psicología no es una ciencia.
Ésta parece ser una conclusión inevitable de los argumentos que vengo bosquejando. Pero quisiera hacer notar que ‘la psicología’ de la que se ha hablado hasta acá es aquella que tiene por materia prima los conceptos mentales tradicionales o cualesquier conceptos basados en ellos. Sin embargo, bien puede pensarse en una psicología que esquive esta conclusión. Y de hecho creo que la hay. Para lograrlo, para escapar a los argumentos anteriores tal como los he presentado, e incluso como son presentados por los autores mencionados, basta con cambiar la ‘materia prima’ con que trata la psicología. Basta encontrar razones, buenas razones, para cambiar su objeto de estudio y presentar un discurso que muestre cómo, con un objeto diferente, se puede hacer ciencia psicológica. A mi entender, el discurso esperado se encuentra en la obra de Josep Roca i Balasch, de la cual hablaré más adelante. Por ahora, veamos más de cerca la relación entre Brinkmann y Davidson para avanzar en la dirección de la conclusión del párrafo anterior.
Según Brinkmann podemos hablar de 3 tipos de eventos: eventos racionales, eventos irracionales y eventos a-racionales. Para él es fundamental esta distinción porque su argumentación depende de que haya un tipo de eventos que se explican sólo a la luz de las razones y otros de los que no tiene sentido hablar de las razones porque basta especificar sus causas. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre causas y razones? La clasificación de los eventos nos acerca a entender el meollo del asunto. Un evento es racional cuando la explicación se satisface apelando a una razón, un evento irracional es uno para el que no encontramos una explicación «razonable» —por ejemplo, de por qué alguien hizo algo— y un evento a-racional es uno que no puede ser descrito ni como racional ni como irracional por estar fuera del espacio de las razones y requerir, así, una explicación causal. «En tanto que algo sea a-racional en este sentido, no pertenece a la psicología, y en tanto que sea irracional, es una pregunta abierta si lo hace o no (cf. la pregunta de si hay razones para la depresión de alguien o si sólo hay causas)» (Brinkmann, 2006: 13). La forma en que Brinkmann presenta esta diferencia revela que lo central es la forma en que podemos hablar del evento, no una naturaleza intrínseca a éste. Es, como dice Davidson, un reconocimiento de la naturaleza lingüística de las leyes de la ciencia (cf. Davidson, 1994: 27) —y no ‘realista’ como podría pensarse—, es decir, es una forma de clasificar las maneras de hablar sobre los eventos. «Es característico de la realidad física que el cambio físico pueda explicarse mediante leyes que lo conectan con otros cambios y condiciones descritos al modo físico. Es característico de lo mental que la atribución de fenómenos mentales debe responder del trasfondo de razones, creencias e intenciones del individuo» (Davidson, 1994: 49).
Puedo entender de lo anterior que la diferencia entre causas y razones presupone lo que Brinkmann está tratando de demostrar: que las razones son propias para la explicación psicológica porque hablar de lo psicológico es describir los eventos como relaciones entre actitudes psicológicas. Y esto es diferente de lo físico por la sencilla razón de que dar una explicación física es limitarse al lenguaje de la física para describir los eventos como relaciones entre cosas según sus propiedades físicas. Es, de nuevo, una diferencia en la forma de abordar el evento, no una diferencia en el evento mismo. Volvemos a la pregunta sobre la utilización del discurso mentalista. ¿Por qué, entonces, no se puede obviar la referencia a lo mental y realizar explicaciones sólo en el terreno de las causas, es decir, de la física? Esto es casi como preguntar: ¿por qué la psicología intenta parecer una ciencia ‘dura’ que da cuenta de las causas de lo mental? Creo que la importancia de estas preguntas no es menor y que su respuesta debe arrancar por examinar los temas que acá apenas estoy sobrevolando. En cualquier caso, parece inevitable llegar a ellas cuando se examinan dichos temas.
Para abordar la primera de estas dos preguntas, se podría hablar de los Antípodas que Rorty (2001) recrea en La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza. Los antípodas son una comunidad extraterrestre semejante en casi todo a los humanos, excepto en que no utilizan —no tienen— ningún termino mental, no hacen ninguna referencia a lo mental, pero son seres que, desde nuestra perspectiva, son sujetos de creencias, sienten dolores, tienen tristezas, algunos padecen de alucinaciones, tienen esperanzas y deseos, y así todas las actitudes psicológicas que podamos atribuirles observando lo que hacen y dicen. Nuestra diferencia frente a los antípodas es que ellos tienen un conocimiento tan avanzado de la neurofisiología que nunca han tenido que hablar de estados mentales, sino que hacen referencia al estado de sus neuronas, por ejemplo. Esta situación imaginada permite afirmar que todo evento, de nuestra tierra y de la de los antípodas, puede ser irracional en el sentido arriba descrito: un evento tal que no se ha decidido sobre si su explicación se satisface en términos racionales o causales. Pude decirse, en esta dirección, que todo evento es susceptible de ser descrito y explicado en un vocabulario —cualquier vocabulario— que se las arregle bien para relacionarlo con otros eventos en un sentido satisfactorio para los hablantes. Pero, desde luego, nosotros ya hemos decidido sobre muchos eventos y tenemos eventos que son racionales y otros a-racionales y es poco usual que haya duda sobre ello. Los antípodas no tienen la idea de ‘lo racional’, sino que tienen un discurso neurofisiológico suficientemente complejo que logra hacer lo que se espera de la psicología terrestre: dar cuenta de las relaciones causales que conectan lo que las personas hacen y dicen. Se puede pensar, entonces, que la psicología se soporta en la ignorancia de la neurofisiología. Pero Davidson argumenta que lo que realmente da soporte a la psicología es el hecho de que en nuestra vida la referencia a lo mental juega un papel central. Con Brinkmann, aunque de manera diferente, aboga por una psicología que realiza una labor más racional que empírica, aboga por La Psicología como Filosofía [título de un ensayo de 1974 recogido en Filosofía de la psicología (Davidson, 1994)]. Afirma que si hemos de concebir al hombre como un animal racional, entonces tendremos que vivir con «la laxitud nomológica entre lo mental y lo físico» (Davidson, 1994: 51).
Haría falta presentar mejor, y de manera crítica, los argumentos apenas asomados en todo lo anterior, pero hay que avanzar hacia la presentación de la Psicología Naturalista porque, aunque sea dando pasos demasiado grandes y torpes, no se puede perder de vista el objetivo principal especificado en el título de este escrito.
La discusión arriba bosquejada ha mostrado cómo la psicología se encuentra en una situación algo difícil en el momento en que abraza las actitudes psicológicas como objeto de estudio y, al mismo tiempo, lucha por ser una ciencia empírica, es decir, cuando asume como suya la tarea de explicar las relaciones causales de los acontecimientos psicológicos. Como lo señalan Davidson y Brinkmann, el proceder de la psicología debería ser distinto al de las ciencias físicas por la naturaleza del discurso que usa para hablar de los eventos de su campo de estudio. Pero se podría sospechar de esta sugerencia, porque ¿qué le queda a la psicología cuando la relación entre un supuesto pedazo de la “realidad física”, el sujeto, y otro pedazo, el objeto, ya no es susceptible de ser estudiada empíricamente como sujeto y objeto que guardan una relación objetiva pero psicológica? Davidson dirá: hacer filosofía; y Brinkmann, por su parte: convertirse en una ciencia moral. Pero lo que esto significa, a la luz de las ideas atrás expuestas, es hacer un estudio de las condiciones socioculturales actuales de un grupo particular, quizás enfatizando que se hace teniendo como eje de observación al individuo.
Si entiendo bien, y esto es lo que queda después de evaluar la naturaleza del objeto de estudio de la psicología, ésta de nuevo quedará en una especie de limbo académico, como una disciplina huérfana que parece intentarlo con métodos de aquí, para abordar objetos de allá, pero ni aquí ni allá es bienvenida. Sin embargo, todos ‘sabemos’ que tenemos creencias, emociones y deseos, y que hay algún sentido en que la psicología se encarga de eso. Y si bien resulta problemático cuando se encarga como disciplina que quiere ser ciencia, cuando lo hace como una profesión parece que le viene bien y será por ello que se cree que la psicología es la medicina del alma. Pero ¿tienen objeto guardarle un lugar en la academia a una disciplina de tan particulares dolencias? Yo creería que no, cuando su labor más destacada —la de curar el alma— se vería opacada, como podría seguirse de las disertaciones de Brinkmann y Davidson y de muchos otros, por tecnologías conscientes de que la individualidad está invariablemente sometida a las regularidades externas que la arrastran. Pero creo que también su labor disciplinar correspondería naturalmente a otras disciplinas: la neurología dedicada al examen de las relaciones del sistema nervioso con su entorno circundante, la sociología como descripción de los procesos convencionales de los grupos humanos, la etnografía como descripción de las creencias, deseos y prácticas en general de comunidades concretas, etc.
Se dirá que allí no se agota el conocimiento que se podría reclamar como propio de la psicología —en los procesos sociales y causales—, pues es la individualidad lo que no se recoge en aquellas disciplinas. Pero decir que la psicología estudia la individualidad es hablar más de la cuenta. Si el holismo defendido por Davidson es adecuado [3], hacer una ciencia de la individualidad implica hacer una ciencia para cada individuo, pues lo que este holismo afirma es que así como el significado de cada palabra es una abstracción hecha a partir del papel que ésta juega en cada oración que aparece, o que cada oración significa en la medida en que hace parte de un lenguaje más o menos coherente, así mismo los acontecimientos mentales son mentales en tanto que hacen parte de un esquema global de creencias y deseos de un individuo (cf. Davidson, 1994: 79), por lo que determinar todas las conexiones de este esquema es conocer a un individuo concreto, y sólo a él, si es que se va a explorar toda su riqueza individual, todas sus sutilezas, o por otra parte, es un estudio propio de una ciencia de grupos[4] si lo que se busca es tomar los rasgos generales que comparten los individuos de un determinado sector.
Como habíamos visto, la diferencia entre causas y razones se explicaba a través de la irreductibilidad nomológica de lo mental, la cual, a su vez, depende de que haya distintas maneras de hablar sobre los eventos y que éstas los relacionen de diferentes maneras. En este caso particular, la diferencia entre lo mental y lo causal es, como defiende Davidson en Acontecimientos mentales (1994), que lo mental sólo puede ser comprendido de manera holista. Éste es el punto del que quisiera partir para defender una psicología naturalista.
La idea, más o menos, es que si la diferencia entre causas y razones depende de la naturaleza holista de lo segundo, y que esto puede se puede generalizar a todo lo psicológico, entonces debemos explicar dicho holismo para tener más elementos de juicio sobre la psicología. Creo que una manera de lograr esta explicación es estilizar el modelo psicológico propuesto por Josep Roca i Balasch (1989, 1993, 2004a), el cual ofrece una concepción de la causalidad que no se limita a las relación de producción (a causa o produce b) de contacto espacio-temporal, sino que habla de un modelo explicativo de campo. Este modelo está inspirado en las causas aristotélicas que son retomadas por Jacob Kantor, el padre del interconductismo, escuela psicológica a la que Roca se suscribe.
La explicación del holismo se puede concretar apelando a las mencionadas causas aristotélicas pero en la versión presentada por Roca, que se inspira en ellas y en el uso que hace Kantor de las mismas, pero difiere en que subraya la calidad relacional de los fenómenos. Para ello propone hacer explícito que lo que las ciencias estudian son movimientos naturales no objetos con determinadas propiedades (psicológicas y físicas). En otras palabras, para empezar a cambiar el objeto de estudio de la psicología, Roca nos pide que abandonemos al sujeto como foco del fenómeno psicológico y que pongamos en su lugar relaciones entre movimientos de la naturaleza, de los cuales el sujeto no es más que un producto secundario. Esto es aceptar que hay una única realidad que integra el total de la naturaleza y que todo lo que en ella se da es natural. Pero en lugar de concebir la realidad como un lugar de objetos y seres vivos que hacen y (algunos) dicen cosas, se debe concebir como una red compleja de movimientos o funcionalidades interrelacionadas, de las cuales dependen aquellas cosas y seres vivos. Funcionalidades que son, además, los movimientos subyacentes que ‘las animan’. No como el movimiento de las cosas, sino como movimientos de la Naturaleza en un sentido más abstracto: como sistemas funcionales de interdependencias que co-varían y estructuran la realidad como un todo integrado.
Hay, por ejemplo, movimiento físico que consiste en relaciones energéticas, de intercambios conmutativos, que es el movimiento base de todas las cosas. En este movimiento, que incluye lo físico y lo químico, se producen relaciones complejas que devienen en lo que podríamos considerar un salto cualitativo de dichas relaciones, superando así lo puramente energético para supervenir en el orden de lo reactivo. De tal suerte, Energía y Reacción —o Materia y Vida—, respectivamente, son las dos primeras formas de movimiento (o funcionalidades) que animan la realidad, siendo la primera la base material de la segunda, i.e., aquel movimiento que posibilita su existencia. Un tercer movimiento es el psíquico que tiene, por su parte, base material en lo biológico —i.e., las reacciones orgánicas que conforman la vida—, que se da como relaciones complejas entre la actividad fisiológica de los organismos y que se construye como asociaciones en virtud de la experiencia. Finalmente, Roca habla del movimiento social que se desprende de las relaciones complejas que se construyen entre las asociaciones. Así, materia, vida, psique y sociedad, son los 4 movimientos que animan la naturaleza.
De esta manera se propone que la causa formal, que define la diferencia cualitativa de lo psíquico, es la asociación y que su causa material —i.e., el movimiento que posibilita que se dé como nuevo orden cualitativo— es la reactividad biológica. Por otra parte, se reconoce una finalidad (causa final) que, en el caso del movimiento psíquico, es el ajuste asociativo a los demás movimientos naturales que determina los 3 únicos fenómenos psíquicos: la percepción como ajuste asociativo al movimiento fisicoquímico, el condicionamiento como ajuste asociativo a la organización biológica y el entendimiento como ajuste asociativo a la convencionalidad. Puede ayudar a la comprensión de esta caricatura que estoy haciendo del modelo la idea de que hay dos criterios para pensar la naturaleza: el de la extensión, que es a través del cual pensamos normalmente la realidad —el de los objetos y organismos que hacen y dicen cosas—, y el de los movimientos o funcionalidades naturales: los 4 arriba mencionados. Sin duda, lo que se dice bajo uno u otro criterio no es independiente entre sí, porque son simplemente formas de pensar o hablar sobre la misma realidad. Entonces, decir que la base material de lo psíquico es la reactividad orgánica es decir que es un fenómeno que se concreta en cada organismo particular porque al ser la asociación una relación entre reacciones orgánicas, estas deben ser reacciones que se puedan relacionar y, bajo nuestra comprensión extensionalista, esto implica un contacto espacio-temporal. La cuestión es que el criterio del movimiento pretende dar cuenta de la estructura dinámica subyacente a lo natural, por eso no se concibe como la explicación de acontecimientos particulares sino como aquello con base en lo cual la naturaleza presenta orden. Este es un primer paso hacia la superación de los problemas entre causas y razones.
Teníamos, entonces, que la irreductibilidad nomológica de lo mental se explica apelando a su naturaleza holista, que es el holismo de lo psíquico. Dicho holismo, para mí, se puede entender más fácil bajo el modelo del movimiento, pues (1: causa formal) dice que lo psíquico es simplemente asociación y, así, presenta una naturaleza homogénea de los fenómenos psicológicos; (2: causa material) reconoce como base material —como elementos de la relación asociativa— a la reactividad orgánica —i.e., la actividad fisiológica del organismo—, lo que exorciza de la explicación los ‘contenidos’ o la intencionalidad, relegando, así, a los conceptos mentales tradicionales a un segundo plano; (3: causa final) especifica que la asociación se construye en la medida en que la actividad fisiológica está sometida a ciertos órdenes que determinan sus patrones de activación y sus consecuentes relaciones asociadas; y (4: causa eficiente) se conecta con la ‘extensionalidad’ resaltando que, en últimas, cada cambio concreto sufrido en la historia universal se da como una configuración concreta de las relaciones en un momento dado, es decir, a través de acontecimientos datados. En el caso de lo psíquico, esto último se refiere a la historia concreta de cada organismo que se da como una serie única de distintas ocurrencias de determinados patrones de activación fisiológica.
Teniendo esto presente puede empezarse con una caracterización de lo que es una psicología naturalista. Rápidamente: es una ciencia que estudia un movimiento natural, el psíquico, el cual se da como un movimiento integrado con los demás movimientos naturales que le dan objeto formal a las demás ciencias —lo material a la física y la química, lo vital a la biología y lo convencional a la sociología—. Pero lo importante es que es una ciencia desde la que se defiende esta integración de lo natural; que borra al sujeto de la psicología —con el cambio del criterio extensional al criterio del movimiento— (cf. Roca, 1993b) por considerarlo un tropiezo para reconocer la naturalidad del fenómeno psíquico y, sobre todo, un tropiezo para que se desarrolle una ciencia de él: esto es, un estudio causal. Es además naturalista porque algo podría decirse de los problemas ontológicos y epistemológicos tradicionales, complementando el pragmatismo de Davidson y de Rorty desde una concepción de lo psíquico que, a su vez, se alimenta de sus reflexiones acerca de la mente, el conocimiento y el lenguaje.
Carlos Mario Cortés H.
Octubre de 2009
Bibliografía
Brinkmann, Svend (2006) ‘Mental life in the space of reasons’. Journal for the theory of social behaviour, vol. 36, N° 1, pp. 1-16
Davidson, Donald (1994) Filosofía de la Psicología. Barcelona: Anthropos.
——— (1995) Ensayos sobre acciones y sucesos. Méjico: UNAM.
Roca, Josep (1989) Formas elementales de comportamiento. Méjico: Trillas.
—— — (1993a) Psicología, un enfoque naturalista. Méjico: Universidad de Guadalajara.
—— — (1993b) ‘El papel de las instituciones cognoscitivas en la ciencia psicológica’. Revista de psicología general y aplicada. 46, pp. 365-370.
—— — (2004a) Psicología, una introducción teórica. Disponible en línea: www.liceupsicologic.org
Rorty, Richard (2001) La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza. Madrid: Ediciones Cátedra.
Szasz, Thomas (1994) Cruel compassion: the psychiatric control of society’s unwanted. Syracysc: Syracuse University Press.
Wittgenstein, Ludwig (1953) Philosophical Investigations. Oxford: Basil Blackwell.
[2] La disertación de Brinkmann incluye una defensa de la idea de que la psicología, y las ciencias humanas en general, es de hecho una ciencia moral en la medida en que sus resultados contribuyen a la modificación del espacio normativo que hace las veces de su objeto de estudio, lo que le da a los investigadores de las ciencias humanas, de alguna manera, una responsabilidad moral. Pero creo que esto no es relevante para mi actual reflexión.
[3] En el libro atrás referido —Filosofía de la psicología (1994), contenido en Ensayos sobre acciones y sucesos (1995)— Davidson muestra la aplicación del holismo a la psicología.
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